Los desgraciados
sucesos de la nación española, el conocimiento de su origen y de las
circunstancias que acompañan sus desastres, obligaron a sus provincias a
precaverse de la general ruina a que las conducían las caducas autoridades
emanadas del antiguo corrompido gobierno; y los pueblos recurrieron a la
facultad de regirse por sí o por sus representantes, como al sagrado asilo de
su seguridad. Chile, con igual derecho y necesidad mayor, imitó una conducta
cuya prudencia ha manifestado el atroz abuso que han hecho en la Península y en
la América los depositarios del poder y la confianza del soberano; los
reiterados avisos de los que toman verdadero interés por la nación, para que
esta parte de ella no sea sorprendida por las asechanzas de sus enemigos
encubiertos; la aprobación de los respetables cuerpos e individuos de carácter
y probidad; y, sobre todo, el éxito conforme al honor e intenciones que la
guiaron, y que reunieron en un punto todas las voluntades de los habitantes de
este vasto reino.
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